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viernes , abril 26 2024
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WEISS / Apuntes sobre la nueva censura en el periodismo

 

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

En los Estados Unidos está prohibido escribir con fundamentos a favor del presidente Donald Trump. Esto se desprende de la interesantísima renuncia de la periodista Bari Weiss, hasta hace pocos días editora de Opinión en The New York Times.  Sus reflexiones, traducidas en un gesto terminante como el alejamiento de un medio de enorme volumen local e internacional, facilitan el desarrollo de un debate comunicacional significativo y con varias aristas.

El panorama descripto por la periodista es el siguiente: hay un discurso único que se asienta en la corrección política cuyos contenidos no son otros que los parámetros progresistas en boga. Esos factores son hegemónicos en las redes sociales. Esas tramas, especialmente twitter, repercuten sobre la dirección del diario y el mismo fuerza que los artículos se orienten en esa dirección. Cuando algún colega se corre del esquema, es cuestionado y, eventualmente, censurado.

Pero el asunto no termina allí. Weiss cuenta, al explicar los motivos de su dimisión, que sus compañeros de trabajo, aún cuando en las charlas cotidianas acuerdan con una mirada diferente sobre los temas centrales de la agenda impuesta, están atemorizados y desarrollan dos actitudes básicas: algunos callan, otros se anotan en el hostigamiento. Así, en las redes la escriba ha sido catalogada como nazi y racista; dos clásicos de la enjundia ideologista. Y en la redacción, debe padecer una “atmósfera intolerante”.

Por supuesto que la simpática regordeta, de cabello oscuro, no es nazi ni racista, ni nada que se le parezca. Para quienes lo admitan, hay un giro que podría identificarse con las costumbres argentinas de caracterización: fanática. Fanática por no censurar, en tanto editora,  a columnistas que tienen una visión compleja y ríspida con respecto a la vida norteamericana. Weiss cuestiona el resultado de semejante hegemonía: no se generan desafíos para los lectores, ofreciendo un abanico de posiciones, sino que se los orienta hacia la admisión de una perspectiva unilateral.

Textual: “Las historias se eligen y se cuentan de una forma determinada para satisfacer al público más limitado, en lugar de permitir que un público curioso lea sobre el mundo y luego saque sus propias conclusiones”. Y no se priva de ir a fondo, pues explica que los artículos que consideran a Trump un “peligro único para el país y para el mundo” suelen tener numerosos me gusta y reproducciones; entonces “twitter es el editor final del diario” y “la autocensura se ha convertido en la norma”.

Sigamos un tranco más con Weiss: “Las reglas en el NYT se aplican con extrema selectividad. Si la ideología de una persona está de acuerdo con la nueva ortodoxia, ellos y su trabajo permanecen sin ser escrutados. Todos los demás viven con el temor de la cúpula digital. El veneno en línea es excusado siempre y cuando sea dirigido a los objetivos adecuados”. Por eso “ya no puedo hacer el trabajo para el que me trajeron aquí, el trabajo que Adolph Ochs describió en esa famosa declaración de 1896: “Hacer de las columnas del New York Times un foro para la consideración de todas las cuestiones de importancia pública, y para ello invitar a la discusión inteligente de todos los matices de opinión”.

La idea más general queda clara cuando la periodista añade: “En su lugar, ha surgido un nuevo consenso en la prensa, pero quizás especialmente en este periódico: que la verdad no es un proceso de descubrimiento colectivo, sino una ortodoxia ya conocida por unos pocos iluminados cuyo trabajo es informar a todos los demás”. Es evidente que en la Argentina nos encontramos ante una realidad semejante, aunque afincada sobre un panorama económico y cultural diferente. De hecho, cuando La Nación “informó” sobre esta polémica, borroneó el planteo de tal modo … ¡que terminó responsabilizando a Trump por la renuncia de Weiss!

Hay dos puntos que vale incorporar. El primero de ellos es fuerte desde lo cultural; el segundo lo es desde lo económico. Ambos se entrelazan en la unilateralización del periodismo.

Aquí, como allá, las posiciones que salen del margen prefijado, en vez de generar análisis más profundos que permitan ahondar y, eventualmente, refutar al contra hegemónico, sólo merecen exigencias de censura. Se trata de un fenómeno curioso, adoptado con naturalidad. Es habitual que a la hora de publicar un material incómodo, o de sacar al aire un entrevistado cuya línea argumental sacuda al eje de moda, uno reciba comentarios, mails, llamados que señalan “cómo puede ser que esa persona escriba en su medio” o “salga al aire en su programa”.

Cuando hay roce, cuando la pluma ofrece la polémica, un editor genuino aguarda la réplica bien documentada, el duro cuestionamiento pródigo en elementos y datos contrastantes. Pero desde hace un tiempo a esta parte (Weiss estima que se trata de los dos últimos años) lo que se recibe son condenas personales asentadas en versiones sobre el gandul que se sentó a la máquina o se asomó al micrófono y exigencias al medio de comunicación para borrarlo de la grilla o hacerlo saltar del avión en movimiento si lo que anhela es aire.

El rastro más curioso de semejante accionar está aquí: la fundamentación de las demandas de censura se basan en que el prejuzgado despliega alguna variante de opinión caratulada “antidemocrática”. Y no hablamos de elegías a Jorge Rafael Videla y compañía; habitualmente son notas que polemizan con aspectos de la oleada verde, con ciertos desatinos ecologéticos, con entidades presuntamente humanitarias ligadas a variantes del sionismo, con sectores que sostienen el respaldo a la Revolución Bolivariana y con espacios que embisten contra vertientes religiosas ligadas a luchas políticas.

El otro aspecto es estructural. Allí es donde la buena de Weiss no logra comprender la razón profunda que le impide concretar su tarea tal y como soñó. El último editor de los medios norteamericanos –y argentinos concentrados- no es “twitter”. Las redes son alimentadas por trolls contratados por los mismos intereses que gobiernan esas empresas y por muchos zonzos que les hacen el juego. El gran editor de tales medios es el interés financiero que no busca un debate conceptual, sino que utiliza la información como una fase pública de sus intereses económicos.

Esto es nítido para un argentino ligado al Pensamiento Nacional y al interés nacional popular, aunque debido al debate sobre la Ley de Comunicación Audiovisual y los cruces con Clarín esa claridad se ha extendido sobre otras franjas sociales. Sin embargo, el modelo empresarial que desde hace décadas se ha adueñado de tantos medios aún es un misterio en grandes zonas de la opinión pública, donde se piensa que apenas se trata de una cuestión “de opinión”. Son muchos los norteamericanos y unos cuantos argentinos, latinoamericanos y españoles, que suponen: estos son liberales y por eso dicen lo que dicen; aquellos son populistas y de allí nace la diferencia.

Tremendo elogio involuntario para quienes carecen de conceptos porque los mismos se adecúan a sus necesidades financieras. Esto ha quedado bien claro a través de la pandemia: si los Estados intervienen para proveer fondos a corporaciones ruinosas y empresarios estafadores, se aprueba su presencia en la vida económica. Pero si debido a esa intervención pretenden definir los rumbos de esas compañías e incidir sobre el perfil económico de cada nación, se descerrajan sobre ellos las imputaciones de comunista, autoritario y todas las variantes que acorralen el proceder del funcionariado.

Hace tiempo indicamos que el ejercicio del periodismo debe generar placer en el profesional. Si la acción comunicacional no origina satisfacción, aún en medio de esfuerzos, horarios extensos, amenazas y discusiones duras, carece de sentido pues deviene en carga. Para carga están los múltiples oficios terrestres que tantas queridas personas en derredor realizan para sostener a sus familias. Ahora bien, la frase puede incluir un inciso, una ventana: este oficio se torna placentero cuando se afronta dignamente, intentando aprehender la realidad oculta para poder narrarla.

El periodista que se esconde para que los poderes no lo desplacen y –peor- aquél que señala a colegas como Weiss, aún sabiendo que les asiste razón, para desmarcarse de quien ofusca esas hegemonías, no siente placer. Esa es su condena. En todo caso, debe admitir –a solas con uno mismo- que equivocó la vocación. Lejos del periodismo, lo aguarda su verdadera labor, esa que se desarrolla con gorra, uniforme oscuro, silbato y el siempre severo palito de abollar ideologías.

 

  • Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica / Sindical Federal

Gracias Alexander Coley y, en otra dimensión, Osvaldo Ardizzone y Quino.

 

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